Dos veces en mi vida he dicho Me voy a casar, en ambas oportunidades obtuve la misma respuesta, aunque los desenlaces fueron muy distintos. La primera vez, tenía 17 años de edad, acababa de salir del liceo y mi madre me contesto “Esta bien, te apoyo” pero era demasiado tarde, la muchacha días antes me había planteado la situación ante la presión en su casa (le habían arreglado su futuro) pero mi respuesta inicial fue “No puedo” ella desapareció enfrentando el destino que otros decidieron por ella, cuando volví, ya con el apoyo de mi madre, no la encontré, mi madre me recibió para consolar mi primer desamor. La segunda vez y como les adelanté, recibí la misma respuesta de mi madre “Esta bien, te apoyo” y la historia es conocida por muchos, me case, tengo una bella familia y mi madre ha estado en todos los momentos, buenos y malos, cumpliendo su palabra, siempre apoyándome. Estoy seguro que esto no solo ocurre conmigo sino que mi madre hace lo mismo con el resto de sus hijos pero me atrevo a escribir de ello porque ahora con 44 años de edad, 20 de casado y con hijas de 18 y 14, veo ante mí, la enorme empresa que significa apoyar a los hijos.
Los padres por lo general creemos que podemos controlar y arreglar todos los aspectos de esos seres que Dios en su infinito amor, nos han dado, con la responsabilidad de guiar para hacerlos hombres y mujeres de bien, mas dar esas herramientas de vida solo se logra con una base solidad de valores, que solo se adquieren con los años y que cuando nos toca transmitirlas estamos preparando directamente a nuestros nietos. A los hijos no podemos evitarles el dolor, pero podemos apoyarlos para que lo enfrenten. Es allí donde quiero llegar, Hoy cuando mi hija mayor defendía su proyecto para optar por el título de bachiller, no podía creer como se repetían en mi mente todas las enseñanzas que a lo largo de los años he obtenido, muchas de ellas directamente de Isabel, Antonio, Teodoro y Linda Margarita, (mis abuelos) y que hablaban en las voces de Devora y Eleazar (mis padres), soy privilegiado al recibir apoyo, que convertido en amor puro me encargue de transmitirlo a Eileen. Allí estábamos, su madre, su hermana Ellen y yo, en familia para no dejarla sola. Una vez más sonó en mi cabeza “Esta bien. Te apoyo”
Estamos en tiempos raros, donde todo tiene precio y casi todo es comprable, pero en días pasados aprendí de mi hermano Eliú “si algo cuesta dinero, entonces no vale nada” y por supuesto que lo saben mis queridos lectores, pero me provoca decirlo. Tener familia cuesta y mucho, pero no tiene precio. Hasta el próximo apoyo.